Almendras garrapiñadas

El cucurucho de olivas y sus manos mojadas. Los sábados eran día de mercado. Jaume, él de la bacalería, siempre le preparaba un cucurucho lleno de aceitunas. Ella miraba embobada el papel girando en forma de cono mientras sentía el papel mojado entre sus manos y el sabor de la manzanilla en su boca. 

Adoraba los días de mercado. Jamón dulce en la charcutería, garbanzos cocidos en las legumbres y garrapiñadas en los frutos secos.

Primero las manos, luego la boca. Descubrir, palpar, sentir. Infancia, momentos.


Llevo siguiendo en silencio Memòries de una cuinera desde hace un tiempo. Me encanta leer sus relatos y espero con ansia el momento en que publicarán el próximo reto. Sus historias me transmiten momentos que me resultan extrañamente familiares. 

Sin embargo es la primera vez que participo. Y lo hago con respeto. 

Mis primeras garrapiñadas. La suerte del novato supongo. Me salieron a la primera. Sin quemaduras, ni ollas pringadas ni almendras caramelizadas. Han apenas durado un día en casa. 



¿El secreto? No quitarles el ojo de encima mientras las hacía.

Ingredientes:

200 g de almendras larguetas crudas y con piel
250 g de azúcar blanco
250 g de agua
1 cucharada de esencia de vainilla

Ponemos todos los ingredientes en una olla a fuego medio. El azúcar se va disolviendo en el agua y ésta va tomando el color de la piel de la almendra. Dejamos a fuego medio hasta que el almíbar empieza a hervir y se llena todo de espuma.

Bajamos el fuego, pero de manera que se mantenga el hervor. Vamos removiendo con una cucharada de madera mientras se va evaporando el agua y el almíbar se va reduciendo. Al final de este paso no tiene que quedar agua y el almíbar parece que tiene arena. No dejamos de remover en ningún momento.

Ahora tenemos que subir la temperatura pero solo un poco. Si subimos mucho el azúcar se convierte en caramelo. Y nosotros queremos garrapiñadas. Así que sólo subimos un poco. 

No dejamos de remover en ningún momento de manera que el caramelo se va pegando a las almendras de forma bastante suelta y empiezan a garrapiñarse.

Las sacamos y las ponemos sobre un papel de hornear. Mucho cuidado porque el azúcar quema muchísimo. 

Las dejamos un minuto, que se enfríen un poco pero que estén aún caliente, y con mucho cuidado (repito) vamos separándolas. 

Dejamos enfriar del todo.

Yo les añadí sésamo caramelizado que encontré en mi querido mercado en el último momento antes de sacarlas de la olla. Puro vicio.




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