Bizcocho de calabaza

Érase que érase una vez una calabaza. Una calabaza de pronunciadas curvas y menuda como una pulga. El verde que cubría parcialmente su piel siempre luchaba por llegar a ser naranja. Un naranja intenso. Era una calabaza pequeña, imperfecta y sin embargo cautivadora. Era una calabaza que no cabía en su propia cascara. 


Érase una vez una calabaza. Transportadora de princesas, de noches de cuento, anhelos de doncellas y sueños de terror.  Desconocedora del dulzor de su carne se conformó con su destino de carroza, de cascaras rotas y grotescas muecas en su curtida piel.





El otoño se nos resiste y mi compromiso por comprar solo productos de temporada y proximidad empieza a convertirse en surrealista. Tanto como oler a castañas asadas a 25 grados y con manga corta o pasar por una plaza y que de golpe todo el mundo se levante gritando gol. Pero al menos me hace sentir bien. 

Las calabazas pequeñas antes de que me preguntéis las compré en una pequeña parada del mercado de Hostafrancs que adquirieron hace poco una pareja, él carpintero, ella enfermera, víctimas del peor mal que acecha este país, después claro de la corrupción y la absurdidad, el paro. Apostaron por vender verduras y se diferencian por tener un pequeño rincón ecológico. Yo apuesto por ellos. 

La calabaza del cuento, como habréis adivinado soy yo. Aunque podría ser cualquiera de nosotros.



Las temperaturas quizá se nos resisten, pero en casa seguimos el ritmo habitual de esta época. Deberes que no aparecen en la agenda, actitud nula hacía el estudio, exámenes excelentes si la materia gusta y regulares o insuficientes si no motivan. Vivo en un permanente déjà-vu salpicado de conversaciones estériles.

Sumido en la nulidad de un sistema que lo ignora, hay quién pudiendo ser carroza se queda en calabacín.


Este plum cake de calabaza sufrió al desmontarlo, pero está tan rico que hubiera sido un pecado no compartirlo. La parte quemada de la vida a veces es la mejor.

Ingredientes:

400 g de calabaza con piel, 1 yogur natural, 2 huevos, 90 g de mantequilla pomada (que se pueda batir), 180 g de harina, 120 g de azúcar, 2 cucharaditas de levadura en polvo, 1/2 cucharadita de de canela molida, 3 cucharadas de pipa de calabaza (yo puse una mezcla con varias semillas).

Pelamos la calabaza y cortamos la pulpa en dados. Los ponemos a cocer en una cazuela con un dedo de agua durante unos 10/15 minutos. Una vez está tierna, colamos y la aplastamos con un tenedor hasta obtener un puré.

Precalentamos el horno a 180º y engrasamos con mantequilla un molde alargado tipo plum cake. Cubrimos con papel de hornear. 

En un bol mezclamos la mantequilla con el azúcar. Luego añadimos las claras de huevo a punto de nieve, las yemas, la calabaza, el yogur, la harina, la canela y la levadura. Si queréis podéis añadir a la masa dos cucharadas de almendras tostadas y picadas, nueces troceadas o pasas de Corinto. 

Mezclamos bien con una cuchara de madera de forma suave y envolvente. Vertemos en el molde. Espolvoreamos con las pipas y horneamos unos 40 minutos. Dejamos enfriar. 

Este bizcocho está aún más rico al día siguiente. 





Y como no quiero cerrar esta historia sin un final feliz, os dejo con el gran Chaplin para los que todos los que como yo nacieron con piel de calabaza. Por cierto este post se lo dedico a Paula de Tres pompones.

Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y, entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.

Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.

Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama…madurez.

Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.

Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.

Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.

Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.

Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.

Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!

No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.

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