Figeac es un pueblo marcado por su historia. Enclave comercial en la edad media, tuvo el privilegio de empuñar la moneda real. Los restos de sus murallas y su antiguo barrio de peleteros a las orillas del río que la cruza llaman a un pasado con cierto peso.
Sus casas cubiertas por sus vigas de madera no ocultan ese pasado. Aunque lo hicieron durante siglos, cuando se cubrieron de tosco cemento. En los setenta, un plan urbanístico descubriría su auténtica belleza.
La segunda guerra mundial marcó otra vez su historia, cuando la brutalidad nazi se cebó con su población y de forma aleatoria envió a centenares de sus habitantes a campos de trabajo como represalia, algunos de los cuales nunca volvieron.
Antes pero vio nacer a Champollion, quién rebelaría el significado de la pedra Roseta y con ella la transcripción de los jeroglíficos.
Una ciudad que dedica una plaza a las escrituras no puede ser más que la cuna de grandes espíritus. Y más allá del placer que despierta pasearse por sus calles, Figeac es ante todo para mí, Manou.
Manou, era una mujer que se antepuso a su época. O que simplemente nació en una época equivocada.
No puedo pasear por esas calles sin recordar su casa cubierta aún por el feo cemento que ocultaba sus vigas medievales y que nos abría de par en par. Una cueva de Alibaba donde acumulaba una vida plagada de historia. Siempre me arrepentiré de no haber cogido una pala en mitad de la noche para excavar en su cava mientras los demás dormían en el altillo protegidos por la vieja madera.
Ayudó en los campos de refugiados españoles y aún era capaz de chapurrear conmigo en español cuando me veía. Víctima y superviviente de una guerra que no iba con ella. Mujer fuerte que buscó encarecidamente en distintas religiones una respuesta. Que intentaba reanimar la nevera a golpe de Reiki y que amaba las flores.
Ella nos descubrió Le5, La puce a l'oreille, Autant d'Autres Fois. Y también un vietnamita del que ahora no consigo recordar el nombre.
Manou, era la abuela de Olivier mi pareja y soy feliz de haber podido darle un beso poco antes de dejarnos.
Caminando sobre las escrituras |
No podéis dejar de visitar el Museo de Champollion y andar sobre la plaza de las escrituras. Una reproducción de la pedra Roseta que lleva años siendo mi alfombrilla del ordenador, en un guiño a lo que un día fui, traductora de profesión.
Tampoco olvidaros pasar por Un amour de grenier si os gusta la decoración para el hogar en estilo retro o las antigüedades. Aunque encontrareis anticuarios por todo el pueblo y alrededores (Brocantes).
Hay un rinconcito delicioso para tomar algo en la Rue Gambetta en el patio de la Commanderie des Templiers.
Los sábados hay un mercado abierto y en las afueras una zona adaptada con canoas, patinetes, juegos para niños y un césped genial para echarte y no hacer nada más (Domaine de Surgié).
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