Paris-Brest

Solía pasarle, se le acumulaban las ideas a la cabeza pero era incapaz de darles una estructura. Necesitaba anotarlas en una libreta y tacharlas de la lista le daba sensación de realización. Pero rara vez conseguía definirlas de forma clara y esto le generaba una terrible sensación de desazón. Era en esos momentos que cogía el teléfono. Desde el otro lado, una voz le hablaba desde la sonrisa. La sonrisa de quién sabe.

Se calzaría los tejanos rápidos, el pelo peinado con la mano, la camiseta bien ancha y su preciada chaqueta sacada del rastro. Antes se pasaría por la pastelería. Hoy le llevaría un Paris-Brest.
Paris-Brest

Su abuela Camila era la única que conseguía generar el vínculo único y necesario que facilitaba que el diálogo se abriera y que poco a poco las palabras desordenadas se armaran de sentido y de guión. Sentadas en la vieja cocina, las manos llenas de experiencia, la mirada de quién ha visto, su abuela le escuchaba y tejía poco a poco la tela que daría sentido a sus ideas.
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No podría desligar su relación de esa cocina, no podía desvincular esa relación sin la compañía de un dulce. Sentada tras la mesita cubierta de un viejo hule de flores, su abuela le pasaba el azúcar, las cucharillas sonaban al chocar con las tazas. El silencio se extendía por unos minutos, hasta que Laura abría el diálogo. Y como un pentagrama, las notas empezaban a tomar sentido en el aire de la pequeña cocina.

Paris-Brest
Recordaba cuando hablaban de pie en la cocina, mientras los cazos chocaban con las cucharas en los fogones. Ahora era ella quién le llevaba sus preciados pasteles envueltos tras el papel blanco de la pastelería pendiendo de un cordel. Un cordel, el de la vida, el que su abuela conseguía tejir entre silencios y cucharas de café.

Paris-Brest

No voy a negar que la pasta choux tiene sus trucos, pero es un clásico que no podéis ignorar y que abre un abanico inmenso de posibilidades, desde los famosos profiteroles, a los éclairs e incluso los churros y los buñuelos salados. Clásico antes los que, por mucho que a veces suene viejuno, una se funde mientras los come.

Ingredientes para 6 piezas de unos 8 centímetros:

125 g de agua
1/2 cucharada pequeña de azúcar
1/4 de cuchara pequeña de sal
55 g de mantequilla
70 g de harina tamizada
3 huevos pequeños
1 huevo para pintar
Almendra laminada
Azúcar glas para decorar

Precalentamos el horno a 180º. En un cazo ponemos el agua, el azúcar, la sal y la mantequilla cortada en trocitos y lo dejamos calentar a fuego medio.

Cuando la mantequilla se funde apartamos el cazo del fuego y vertemos en forma de lluvia la harina que hemos tamizado previamente. Mezclamos con una cuchara de palo o una espátula hasta que se absorba totalmente la harina. Volvemos a poner el cazo en el fuego sin dejar de mezclar durante 30 segundos. Vertemos la masa en un bol de plástico para parar la cocción y añadimos de uno en uno los huevos sin dejar de mezclar con unas varillas de mano.

La masa no tiene que ser ni demasiado dura ni demasiado blanda. Para comprobarlo cogemos un poco con la cuchara y dejamos caer, nos tiene  que quedar como la forma de un pico de pato. Es mejor probarlo antes de echar los tres huevos, ya que la masa pide menos huevo o puede que tengamos que añadir un cuarto.

Pintamos con mantequilla y harina un bandeja de horno o ponemos un silpad y metemos la masa en una manga pastelera con una boquilla lisa. Marcamos con un aro o cortapasta círculos para ayudarnos, y luego con la manga formamos círculos con la masa.

Echamos la almendra en láminas por encima y horneamos durante 25 minutos (más o menos) a 180º. Para la pasta choux es muy, muy importante que no haya ventilación en el horno ni humedad. Otra manera es precalentar el horno a 250º, colocar la masa y parar el horno. Dejar unos 15 minutos más o menos hasta que baje a 180º y volver a ponerlo en marcha a 180º abriendo cada 5 minutos el horno un poco y alargando la cocción hasta 40 minutos más o menos en total.

Una vez esten horneados, dejamos enfriar sobre una rejilla, abrimos por la mitad con un cuchillo de sierra y rellenamos como más nos apetezca. Lo tradicional es una crema mousseline como la que hice para los profiteroles que es una crema pastelera con mantequilla. También podéis hacer simplemente una crema pastelera o rellenar con nata montada. Si queréis algo más sofisticado a la crema pastelera, una vez hecha le podéis añadir 150 g de praliné, unas gotas de extracto de café o 150 g de chocolate. Son un auténtico pecado de domingo.

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6 comentarios

  1. Qué buena pinta tienen, y vaya fotos preciosas. Qué gozada pasarse por tu blog. Un besico, feliz miércoles.

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    1. Muchas, muchas gracias Tatiana por pasarte por el blog y dejarme tu comentario. Un beso y feliz fin de semana :-)

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  2. Yo también tuve una abuela de ésas. Y una cocina (la de la mía tenía una puerta que daba a un patio al que se bajaba por una escalera larga, y en cada escalón había una macetita; la abuela tenía manos verdes). Y muchas conversaciones. Y mucha suerte (de tenerla). Precioso todo. Feliz día! Un beso.

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    1. Me imagino esa escalera, la abuela de mi pareja también la tenía y su cocina era como una cueva de alibabá dónde el tesoro era ella. Feliz día a tí también Fernanda. Un beso

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  3. Feia temps que no treia temps per visitar blogs... últimament no arriba enlloc. Mai he menjat el paris-brest, pero ho apunto perque tinc ganes de testar-lo. :)
    petons bonica

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    1. Hola preciosa, quina il.lusió saber de tu. Tranquila que totes anem igual. Jo tampoc arribo. Si no l'has probat t'animo. Tu te'n recordes dels tortells de nata? Doncs això :-) De fet en comptes de fer-los així, faig un cercle gran amb la mànega. Desprès fas un altre a sobre i un tercer i apa ja tens tortell ;-) Un petonàs

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