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Bali en familia

La imagen de playas blancas y de destino de luna de miel se truncó al aterrizar en Kuta y oler a clavo, incienso y sortear las motos. Esa imagen se recuperó en Ubud y los paseos en motos entre arrozales. Entonces descubrí un Bali amable, sonriente, con su propio código. No el de playas blancas, pero sí el de relax. Y me enamoré.


De eso hace seis años. Y Bali para mí iba asociado a la imagen de un viaje en pareja en el que disfrutamos como niños en moto. Imaginarme 16 horas de vuelo en familia y cenando en restaurantes zen con mi pequeño monstruo particular me ponía los pelos de punta. Al margen que repetir destinos, en mi carrera por recuperar el tiempo perdido, no entra en mis planes.

¿Dónde vamos? Algo tranquilo. ¿La Toscana? Mientras mencionaba estas palabras, en mi mente aún se cruzaban las rabietas en pueblos medievales en el Sud de Francia .

- ¿Qué tal Bali?

- ¿Bali? Pero ya hemos estado. ¿Qué tal Holanda, Dinamarca?

- Me apetece algo distinto

- ¿Canadá?

- No, mejor evitar viajes itinerantes

- ¿Y qué tal Costa Rica?

- Mejor evitar destinos donde haya riesgos sanitarios

A todo esto cabe decir que mi pareja ha tenido un año horrible y necesitaba realmente romper con todo (cierro el paréntesis).

- Pero es que ya hemos estado en Bali...y es super caro. Yo con esto no puedo
- Pues ya lo pago yo!
- Ok

Más o menos fue así el dialogo y ya nos ves embarcados en Singapore Airlines.


La realidad es que la peque no dijo ni mú en el avión, que estaba tan rendida por todos los estimulos que recibía que se nos dormía en los restaurantes cuando cenábamos, que no hizo apenas una rabieta (bueno dos). Era la estrella. La gente se hacía fotos con ella, la cogían en brazos. Aprendió a responder a "What's your name" y sonreía cuando le decían "beautiful". No recuerdo haberla visto tan feliz como allí.

¿Cambiadores? No ¿Menús para niños? Pues alguno vimos. En todo caso había comida europea. ¿Estructuras para niños? Sólo en los sitios donde se pagaba en dólares. Pero nada de esto se necesita en un país donde los niños son más que bienvenidos. Sinceramente bienvenidos.

Bali es mayoritariamente hinduista a diferencia del resto de Indonesia con una mayoría musulmana y un minoría cristiana.


Como suele ocurrir, cuando viajas con niños adaptas el ritmo a ellos. Eso o mueres en el intento. Habiendo estado ya allí, escogimos visitas más cortas, relajamos el ritmo que combinamos con piscina y playa, fuimos menos ambiciosos. Y lo disfrutamos más. No viajamos en moto pero nos bañamos con mantas y nos hicimos un masaje los cuatro. Los niños por un lado y nosotros por otro. Disfrutamos de la comida y de restaurantes zen donde disfrutaba saltando en el tatami. Saboreamos los postres en Ubud, influenciados por la pastelería americana, los curries, la cocina con crema de coco y hojas de banana, el picante, las frutas y los lassies. Paseamos entre arrozales sin prisas y con la ayuda de una guia esporádica que la llevó en brazos parte del camino.

Para ella todo era nuevo, mágico, distinto. Y nosotros vimos un Bali desconocido a través de sus ojos.

Supongo que mantendré la estrategia de negociación visto que me ha salido bastante bien. Pero a partir de ahora si me preguntan "Bali, ¿con niños pequeños? Mi respuesta será sin duda será "sí".

Si queréis saber algo más sobre cómo viajar a Bali con niños no dudéis en consultar este post de Routive

Paseo por Marsella, esa vieja amiga desconocida


Hace dos semanas me encontraba sola en casa. Me había prometido comer un plato de ensalada pero acabé abriendo una lata de tónica y zampándome una bolsa de patatas mientras miraba un viejo episodio de expediente X. El mayor estaba con mi ex en Andalucía. La pequeña con mis padres. Un vuelo me esperaba por la mañana hacía Marsella. La razón, mi suegra había muerto tras 10 años de lucha contra una esclerosis múltiple que la condenaría a una cama inmovilizada. 

La pantalla del móvil se encendió y me enteré de la muerte de Gabo. Instintivamente me fui hacia la librería. Cogí la escalera y empecé a buscar el libro que más me ha impactado cuando apenas tenía 18 años: 100 años de soledadAllí subida en la escalera, en el silencio de la noche, y apenas la luz del pasillo, mis dedos empezaron a pasearse por los lomos de los libros. Mientras buscaba cosquilleé suavemente a Kundera, pellizqué a Huxley, sonreí a Jaume Cabré y busqué libros que un día presté a otros lectores y decidieron no volver. 

Tantas lecturas amadas, tantos momentos únicos, páginas que acompañaron mis noches. Y sin embargo, allí estaba Gabo. Me preguntaba por qué de todos estos autores él ocupaba un espacio especial en mi vida. ¿Su realismo mágico? No, el imaginario de Gabo era el imaginario colectivo, un simbolismo que el sabía cerrar eso sí de forma única. No, la razón era otra. Y al final lo vi. Cada uno de sus libros ha marcado parte de mi vida. Crónica de una muerte anunciada mi época de bachillerato, dura y de la que tanto huyo, pero en la que mi mente era capaz de emocionarse y apasionarse con cada conocimiento. 100 años de soledad, mi inicio en la universidad. Macombo y la familia Buendía fueron unos fieles acompañantes en un principio que no me resultó nada fácil. El amor en los tiempos de cólera mi separación. Algunas de sus frases me mantuvieron cuerda. Y así, cada uno de ellos. Ahora su muerte me recordaría la de Sylvie. La mujer que sin apenas conocerme me abrió la puerta de su casa y se fundió en un abrazo. La que jugaba con mi pequeño con un mono que le hacía reír a carcajadas. Su casa de Marsella.

Marsella la he conocido a pedazos. A pesar de los muchos viajes que hemos hecho, la conozco muy poco. La he observado como entre visillos. Y me ha ido enamorando poco a poco. Mi primera impresión, aún superando una separación, fue de caos total. Mi mente necesitaba orden y en ese momento se me mostró hostil. Pero poco a poco me iba enganchando a ella, a medida que yo recontraba conmigo misma, y quería conocer más y más. Cada vez me recordaba a una vieja amiga. A la vieja Barcelona. La Barcelona cara al mar, la de viejos y callejones imposibles. 


Sus paradas de pescado en el puerto, sus fachada al mar, la mezcla de generaciones de inmigración, el Mistral soplando, su ruido mediterráneo.

Hace dos semanas, por circunstancias extremadamente duras, nos sentamos en un restaurante con terraza,La Pasarelle. Su servicio sin prisa me resultó extrañamente familiar, igual que su sopa de pescado, deliciosa, su panaché, los niños jugando, y su decoración digna del Born. Una terraza ciertamente única.


Allí sentada en la terraza me sentí más próxima a mi Barcelona natal. Y recordé que...


Creo que era la única entre toda la gente que me rodeaba en Saint Victor que se quedó hipnotizada con la vieja mesa de flores y la luz que la iluminaba.


Que hacía esa mesa en medio de la iglesia es aún un misterio para mí. En sus puertas me asomé y me dejé guiar por los antiguos fuertes erguidos para proteger al exterior de la temida Marsella que asomaban entre las rejas.

  
Marsella, esa vieja y gran desconocida a quién he querido homenajear con este post. A ella y todo lo que representa.

Fez, la de las calles imposibles

Le acaricié la mejilla y se escurrió entre las calles imposibles de la Medina. No debía tener 5 años. Se perdió corriendo entre sus calles, de formas imposibles, de estructuras medievales que la protegen del sol y del viento del desierto. 


Calles de puertas tras las que se esconde un pasado lejano de riquezas y miserias.




Un pasado muy presente en esta ciudad, de oficios antiguos que perduran y  nos transportan a otra realidad. Realidad pictórica, pero dura que no pretende esconder su cara. 





Fez huele a menta. A menta y a te. Y a mercado. A gatos cazando al vuelo los restos de comida.





Fez huele a pan, el que se vende en sus calles, el que las mujeres llevan a los hornos todavía para hornear. A pescado, a cuero y a burros. 







Sus terrazas y ventanas dejan entrever otra visión. 




En las calles de su Medina nada recuerda a un Marrakesch pensado para los turistas. Y de ahí su autenticidad. 

Durante el largo fin de semana que estuvimos, acogidos en el maravilloso Riad Seffarine en plena Medina, nos dejamos seducir por estas calles, miradas, olores. Me moría de ganas por capturar cada momento, pero me contuve por respeto. 

Espero que estas pocas imágenes hayan conseguido captar la magia que encontramos en este corto viaje.





Maternidad: Historias para no dormir...

Bueno, ya estoy yo otra vez de vueltas con mi viaje. Quizá debería  dejar de hablar de ello y dedicarme a cocinar más para vosotros. Además hoy vengo otra vez revolucionada. Espero que no os importe. Tengo que soltar vapor, como las teteras.

La "culpa" la tienen dos amigas, Carol que me pasó el post de Cecilia Jan en "Mamas & de Papas" y de Paula, de Tres Pompones con su última entrada titulada el "sacrificio no mola".

El primero habla del desafió, nunca mejor dicho, de una madre americana que se propuso no gritar en un año a sus cuatro hijos! Bueno, a mi más que desafío me parece heroísmo puro, estoicismo o intento de suicidio programado.

El segundo, habla de la frustración que nos genera como mujeres ser conscientes del ritmo que nos obligamos, o nos obliga la sociedad, por ser perfectas. Perfectas trabajadoras, madres, compañeras y buscar espacios además para nosotras. A mi, personalmente, lo que más me frustra es la constatación de estar haciendo la imb...y no ponerle un remedio drástico, por qué negarlo. 

¿Qué por qué hablo de ello hoy? Bueno, en parte porque no paro de daros imágenes platónicas de mi viaje y he pensado que estaría bien quitarle algo de azúcar y ser honestos con vosotros.

Cada una de las imágenes que he hecho podrían ir acompañadas de un collage con imágenes de N. la pequeña, alias la bestia, haciendo una de sus rabietas en una de sus múltiples variables y técnicas.

Técnica A, resistencia pasiva: 

Pararse en medio de la calle con los brazos cruzados, pararse y sentarse en medio de la calle, pararse y dejar caer su sombrero, dejar caer su propio cuerpo colgando mientras la cogemos y dejarse arrastrar. Y  la que más nos gusta de todas propulsar sus mocos hacia fuera. Creedme, cada día llegan más lejos.


Técnica B, resistencia activa:

Echarse a correr a toda ostia, huir (es una escapista nata), mearse de forma ostentosa delante tuyo para que no quede duda que lo hace adrede, dar pataletas en el suelo (o peor sobre tu cuerpo si intentas cogerla), gritar como la niña del exorcista (a este último efecto a veces le incluye voces graves y guturales.  Una señora en un super de aquí exclamó que la niña le daba miedo), escupir lo que tiene en la boca (esto podría ir también junto a los mocos)...

¿Sigo?

Total que podría hacer un bonito álbum o incluso una aplicación para Android señalando los puntos donde N, alias la bestia, la armó parda.

A este hecho se le añade el irritable punto de que estas escenificaciones de diva suele representarlas solo con nosotros o en núcleos de confianza. En público, a la que se le acerca alguien suele parar y mostrar su mejor sonrisa, con esos ojos azules y el pelo rubio acararonando su carita, en una clara manifestación del dominio que tiene de su imagen y reputación. 

Y ahí es donde tengo de aguantar que en la guarde digan que es el "bebe perfecto" y que eso sólo lo hace con nosotros. Dejando entrever que no sabemos bastante. Como si ser padre o madre viniera con un manual de técnicas de pediatría, psicología y animación incorporado. Y a que decir que cada niño o niña lleva el suyo propio, porque con mi primera adquisición fue bien distinto, aunque he acabado también por graduarme en  Altas Capacidades.

A nuestro favor, decir que seguimos intentando hablarle con calma poniéndonos a su  altura, ignorarla hasta que se le pase la rabia, abrazarla, desviarle la atención y todas esas maravillosas técnicas que acaban con nuestra paciencia pero no la suya y que me hacen parecer poco más que una loca. Vaya que para conseguir no gritarle en un año tendría que meditar tanto que acabaría levitando.

Total, que ahora cada vez que veáis una foto mía, imaginaros la mano de N. intentando tocar el pastel, a N. practicando una huelga en el rincón que no asoma en la imagen, a N. gritando tras abrir la ventana y respirar por segundos la paz del silencio.

¿Y vosotros cómo lidiáis con las vacaciones y los niños?

Os dejo con Sarlat, en la Dordoña, y Martel, un pequeño pueblo de Lot. Mañana será otro día.





Saint-Cirq-Lapopie

Y mientras la lluvia alterna con el sol y yo intento encontrar un hueco para hacer una charlotte sigo mostrándoos imágenes del Lot. 

Esta vez del pintoresco Saint-Cirq-Lapopie, cuidado al milímetro, con sus calles tortuosas, sus tiendas artesanales y sus terrazas. 



André Breton sucumbió a ella y adquirió una casa en 1950. Una antigua casa que perteneció a un noble caballero.

Sus casas medievales, ornadas con flores y mimadas para alegría de los turistas la han convertido en una de los pueblos que más gusta a los franceses. 

Desde el castillo en ruinas el río Lot nos ofrece unas vistas preciosas.



No diría que es el mejor sitio para pasearse con un cochecito pero sí consigues ir fuera de temporada alta puede ser una bonita escapada para ir en pareja.

Sus tiendas invitan a entrar y sus calles a pasear. Cuando hacía fotos me imaginaba cómo  debían ser desiertas de turistas. 

Hay un servicio de autobús gratis desde los parkings para subir hasta el pueblo si te quieres ahorrar un buena caminata.

Rocamadour

Lugar de peregrinación, santuario desde la edad media, víctima de los pillajes de bandidos y no tan bandidos, Rocamadour es simplemente espectacular. Con siete iglesias y capillas, este pueblo medieval o ciudadela de la fe se protege bajo el abrigo de la roca. 



La primera vez que fuimos, Eric debía tener cinco años y subimos el imponente camino de la cruz hasta el castillo (no me atreví a contar los escalones) explicándole cada una de las escenas de la pasión que íbamos encontrándonos. El nos preguntaba y luego se quedaba en silencio. Cuando llegamos arriba, extenuados, nos explicó de corrido toda la historia, pero en algún momento del camino los protagonistas se habían convertido en extraterrestres. 

Esta vez, en plena temporada alta y una cría que te monta un cirio rollo diva a la mínima, decidimos cogernos el ascensor (de pago). Y luego tomarnos un helado en una de sus muchas terrazas. No en vano es uno de los sitios turísticos más visitados en Francia. La experiencia pero merece la pena y es de visita obligada si estáis por el Lot. Verla de noche tiene que ser imponente.

Aprovechando la zona, nos pasamos por el bosque de los monos (La Fôret des singes). Un simpático recorrido para los más pequeños que podrán darles de comer palomitas siempre respetando unas mínimas condiciones de seguridad. El parque tiene un snack con platos a 5 euros y una buena zona de picnic.

Pasada la primera crisis de pánico, y cuando ya pensábamos echarla a los monos, Nora acabó dándoles de comer.



Merece también la pena dedicar un día si vais en familia al Parc animalier de Grammat. 40 hectáreas dedicadas a la fauna europea, con zonas ombreadas, zona de picnic y espersores de agua para refrescarse. 


Y bueno, siempre te cruzas con algún pueblo bonito ya de paso...
Rudelle


Figeac, una ciudad decidida a escribir la historia

Os prometí escribir sobre Figeac, pero no sé muy bien cómo empezar. Lo haré por la forma clásica.

Figeac es un pueblo marcado por su historia. Enclave comercial en la edad media, tuvo el privilegio de empuñar la moneda real. Los restos de sus murallas y su antiguo barrio de peleteros a las orillas del río que la cruza llaman a un pasado con cierto peso. 

Sus casas cubiertas por sus vigas de madera no ocultan ese pasado. Aunque lo hicieron durante siglos, cuando se cubrieron de tosco cemento. En los setenta, un plan urbanístico descubriría su auténtica belleza. 



La segunda guerra mundial marcó otra vez su historia, cuando la brutalidad nazi se cebó con su población y de forma aleatoria envió a centenares de sus habitantes a campos de trabajo como represalia, algunos de los cuales nunca volvieron.

Antes pero vio nacer a Champollion, quién rebelaría el significado de la pedra Roseta y con ella la transcripción de los jeroglíficos. 

Una ciudad que dedica una plaza a las escrituras no puede ser más que la cuna de grandes espíritus. Y más allá del placer que despierta pasearse por sus calles, Figeac es ante todo para mí, Manou. 



Manou, era una mujer que se antepuso a su época. O que simplemente nació en una época equivocada.

No puedo pasear por esas calles sin recordar su casa cubierta aún por el feo cemento que ocultaba sus vigas medievales y que nos abría de par en par. Una cueva de Alibaba donde acumulaba una vida plagada de historia. Siempre me arrepentiré de no haber cogido una pala en mitad de la noche para excavar en su cava mientras los demás dormían en el altillo protegidos por la vieja madera. 

Ayudó en los campos de refugiados españoles y aún era capaz de chapurrear conmigo en español cuando me veía. Víctima y superviviente de una guerra que no iba con ella. Mujer fuerte que buscó encarecidamente en distintas religiones una respuesta. Que intentaba reanimar la nevera a golpe de Reiki y que amaba las flores.

Ella nos descubrió Le5La puce a l'oreilleAutant d'Autres Fois. Y también un vietnamita del que ahora no consigo recordar el nombre.

Manou, era la abuela de Olivier mi pareja y soy feliz de haber podido darle un beso poco antes de dejarnos.


Caminando sobre las escrituras
Para visitar Figeac, podéis simplemente dejaros perder por sus calles. Si vais en familia una opción simpática es coger el pequeño tren. El trayecto dura poco más de media hora. Los tickets los podéis comprar en la Oficina de turismo.

No podéis dejar de visitar el Museo de Champollion y andar sobre la plaza de las escrituras. Una reproducción de la pedra Roseta que lleva años siendo mi alfombrilla del ordenador, en un guiño a lo que un día fui, traductora de profesión.

Tampoco olvidaros pasar por Un amour de grenier si os gusta la decoración para el hogar en estilo retro o las antigüedades. Aunque encontrareis anticuarios por todo el pueblo y alrededores (Brocantes).

Hay un rinconcito delicioso para tomar algo en la Rue Gambetta en el patio de la Commanderie des Templiers.



Los sábados hay un mercado abierto y en las afueras una zona adaptada con canoas, patinetes, juegos para niños y un césped genial para echarte y no hacer nada más (Domaine de Surgié).



Camino al Lot

De camino al Lot, finalmente de vacaciones. Y ya hemos podido refrescarnos de la sofocante Barcelona con una refrescante lluvia y un temperatura de 19 grados.

Ni el viento ni la lluvia han podido estropear el primer picnic y barbacoa del año.

Bien, tuvimos que correr dentro de la casa con las salchichas y las botellas, todo hay que decirlo. Pero nos lo pasamos muy bien. 

Es fácil cuando tus anfitriones te abren la casa de par en par y te abrazan con fuerza, sin despegarte de ti.



La primera parada ha sido en Mouzens, la Dordoña. En casa de nuestra prima Nathalie y su familia. Una buena dosis de energía positiva como siempre. 

Una se pregunta por qué no vamos más por allí.



Es una región preciosa que os recomiendo de verdad. Muy apta para familias, pero también para ir con los amigos o en pareja. No faltan actividades por hacer ni lugares por descubrir.



Nuestro destino esta vez es la región del Lot. La región con más pueblos con el label "Les plus beaux villages de la France".

Nos hemos instalamos en la casa que nuestra prima Valérie nos ha dejado. Una casa preciosa de finales del siglo XIX. Pertenecía al recaudador de impuestos. La está reformando poco a poco ya que se tenía que reconstruir toda. Pero lo hace con un gusto único. 

Mi idea es haceros participes de este viaje y descubriros esta región. Sus pueblos, su gastronomía (de la que ya hemos pecado, ádios dieta), sus tiendas de decoración (por las que ya he caído).

Mañana os hablo de Figeac.

Un abrazo.

Londres bajo la nieve


Londres blanca, bajo una espesa capa de nieve. Imágenes de postal y los pies helados al caminar. Chicas con mini faldas y medias de verano, mientras mi cuerpo se asemeja poco más que a una cebolla. 

Poético, romántico viaje, si no fuera por que íbamos toda la troupe. Es decir mamá oso, papa oso y los oseznos N. y E.

Viajar con niños es digamos diferente, pero no menos interesante. Para nosotros viajar con ellos es parte de la educación que les damos. Abrir la mente a otras culturas, escuchar otros idiomas, comidas con aromas y sabores distintos, museos y saber comportarse en restaurantes y otros espacios públicos como el avión.

Cuando además tu hijo mayor tiene Altas Capacidades viajar es darle un estimulo añadido. Viajar con él ha sido siempre interesante y un placer. Con N. otro gallo canta. 

Hablando de gallo en Londres a la niña le salió su côté français y se negaba a tomar bocado a la comida inglesa mientras negaba ostentosamente con la cabeza y hasta te la escupía.




Ya conozco los tópicos de la comida inglesa pero a mi me gusta. Poder comer una hamburguesa vegetariana en un pub es un lujo difícil de conseguir en Barcelona. La influencia india es patente con los curries y las especies y yo me vuelvo loca. Por no hablar de los pasteles. Lo siento, es que no tienen rival. Pero claro, la niña tiene carácter.

Con niños o no Londres es magnifíca, digna de descubrir. Hasta los árboles te sonríen.



Obviamente no pude evitar visitar el local de Peggy Porschen y para ello arrastré a todos a través de  la nevada. El local es una cucada y los cupcakes se muestran provocadoramente ante tus ojos. 
Pero ahí se quedó mi affair con Peggy porque es muy pequeño y pretender entrar con un cochecito era misión imposible.

Imaginaros la escena yo cubierta de nieve, vestida a modo de cebolla, entrando en un lugar superchic y preguntando si no había espacio mientras a fuera bajo la nieve, tras la puerta, se dibujaban las siluetas de mi familia esperando poder entrar.

Hay un dicho victoriano que reza "children should be seen and not hear", por lo que me retiré discretamente pero con las ganas de comerme un cupcake. 

El chocolate fudge cake que nos zampamos en el primer pub que vimos me calmó un poco la decepción de quedarme a las puertas. Y sí, fuimos a un pub con la baby, aunque sé que no está muy bien visto, pero qué caray. También sufrimos los metros sin ascensor, pero con globos.

Nos la pateamos entera, de día...

De noche...
Y nos quedamos con muchas, muchas ganas de volver y yo de hacer esos cakes...

Verano

Verano. Tiempo de cambios, descubrimientos y reencuentros. Tiempo para pensar hacía dónde vamos. Una pausa donde encontrarnos a nosotros mismos y con los otros.




Verano. Tiempo para ralentizar. Para perderse. El tiempo justo para darse impulso.




El tiempo para recordarnos que existimos, que estamos vivos. Que la vida sigue y seguirá.


Volvimos de México. Hace dos semanas y parece ya un siglo. Las pilas se descargaron rápido. Pero nuestros ojos se llenaron de imágenes, de momentos, de sabores que nadie ya nos quitará.





Una ventana en el tiempo que nos ha permitido volver con más ganas que nunca de empezar. 

 ¡Feliz verano!