Panecillos con fresas y chocolate blanco

Luz. Luz interior, la que nos ilumina y da calor, que sale de nuestro ojos reflejando nuestra fuerza, amor, felicidad, cólera, miedo. 

Luz. Luz exterior, la que se filtra entre los árboles, se refleja en la grúa y la tiñe de naranja, la que da textura y formas juguetonas, la que nos enseña a mirar.

Aprender a mirar, a amar, a redescubrir con la mirada, dejándose  sorprender, enamorar.


Que fácil es oscurecer nuestra mirada.


Sumida en la realidad diaria me agarro a las cosas que me gustan como hierro candente. Pero el día a día es más fuerte y a veces tengo que obligarme a quitarme la pereza, a salir de mi zona de confort, a salir aunque no sea quizá el día más apropiado y tenga que acabar haciendo de caperucita roja por la calle perseguida por un lobo feroz (mi hija pequeña). Y cuando lo hago, estimulada por algo, por pequeño que sea, todo acaba fluyendo y la luz aparece. Aparece en forma de un arco románico escondido tras una pared fea, en la mirada furtiva de una persona que se te cruza rápidamente, en una escalera antigua o una tienda pintoresca. Y entonces me pregunto por qué no lo hago más a menudo, por qué a veces no recuerdo que cada luz esconde una mirada distinta.

Mi estimulo el pasado sábado, buscarme una receta que me diera la excusa perfecta para mover mi culo hasta el Born y conocer Casa Perris y comprar harina. Una receta que además me obligara a mover un poquito más mi culo hasta Casa Gispert para adquirir fresas confitadas y de paso ayudar a mi culo a ponerse un poquito más redondo comiéndome un delicioso croissant de mascarpone en Hofmann.

Pan. Pan con fresas y chocolate blanco. Abriochado, dulce, sabroso. 


Me he vuelto a enamorar de mi ciudad, Barcelona. Y volver a sentir la harina pegajosa entre mis dedos el pasado lunes en la clase de Hofmann, sentir el olor de la masa, darle forma, enriquecerla con un buen Rocafort y otras delicias saladas, oler el fermento, el horneado, hacer del pan el plato principal de la cena, todo esto me ha dado energía para pintar esa tabla que nunca pintaba, empezar a preparar masa madre, pensar en la próxima receta, afrontar la semana con un nuevo impulso y volver a ver esa luz que tiñe de naranja la grúa de enfrente de casa que me saluda día y noche.


Si además esa semana termina con la primera clase del Atelier de Jackie Rueda, ya sólo puedo ver ventanas abrirse.

La receta es de Daniel Jordà y la publica My lovely food Magazine. El creador de Panes creativos, licenciado en Bellas Artes, que acabó volcando su creatividad en el obrador familiar, me tentó con este pan. Esa sonrisa traviesa escondida tras su barba me cautivó.

Al principio cuando vi la masa madre exprés y la poca cantidad de agua arrugue el entrecejo y pequeñas arrugas aparecieron en la comisura de mis labios, pero el resultado es realmente delicioso. Una magnífica idea para sorprender con un desayuno o merienda a los más golosos.


Ingredientes para la masa madre exprés:
  • 150 g de harina de media fuerza
  • 3 g de sal
  • 90 g de agua
  • 1 g de levadura química
Mezclamos todos los ingredientes, amasamos y ponemos a reposar en la nevera al menos 12/16 horas. Veréis que es una masa compacta, no esperéis una masa líquida. Esto es porque el concepto de masa madre es muy amplio. De hecho es un mundo. Y muchos panaderos consideran que la masa madre es la masa que sobra y se reaprovecha para dar fuerza a la siguiente. 

Ingredientes para el pan (unas 15 piezas de 50 g):
  • 500 g de harina de fuerza
  • 35 g de azúcar blanco
  • 10 g de sal
  • 100 g de masa madre exprés
  • 30 g de levadura fresca 
  • 100 g de mantequilla (a temperatura ambiente)
  • 2 huevos medianos
  • 150 g de agua
  • 200 g de chocolate blanco cortado a pedacitos pequeños (mantener en la nevera hasta el momento de usarlo)
  • 100 g de fresas confitadas cortadas a trocitos pequeños
En un bol ponemos la harina, el azúcar, la sal, la masa madre exprés y el huevo. Hay corrientes panorras que ven una barbaridad añadir la sal en este momento, pero este pan leva rápido y por lo tanto no hay problema. 

Añadimos el agua poco a poco y vamos amasando. Añadimos la mantequilla y seguimos amasando, seguidamente añadimos la levadura desmenuzada y seguimos amasando (ánimos) y cuando ya notéis que está prácticamente amasada añadís el chocolate y las fresas. Para que os hagáis una idea al final del amasado la masa tiene que estar entre 22 y 24 grados, ser flexible y no pegarse en las manos (ni se os ocurra añadir harina).
No os voy a engañar, lo hice con la Kenwood para ganar tiempo, aunque la terminé a mano porque me encanta sentir cómo la masa acaba de coger la textura. 

Ahora podemos dividir la masa. La receta original dice de dividirla en porciones de 200 g pero a mi apetecía más pequeña y la dividí en porciones de 50 g. Hice uno de 200 g para que veáis la diferencia.

La preformamos, como si quisiéramos hacer un atillo, cerrando las puntas de la masa en el centro y después girando las porciones para que el cierre quede abajo. Les damos forma de bola. Las dejamos reposar cubiertas por un film de plástico hasta que doblen (una hora y media en mi caso).

Sobre cómo es mejor dejar levar la masa también hay varias teorías o sistemas. Una buena manera es dejarlo en un horno a unos 20 grados en el que habremos pulverizado agua en las paredes. Pero yo nunca lo hago así, la dejo tal cual bien tapada con el film en la cocina. Lo hago así porque en mi piso estoy a una temperatura constante actual de 23 grados y el ambiente no es seco. A mi me funciona pero os comento varias maneras de hacerlo. Mi piso anterior era tan frío en invierno que tanto para la masa madre como para el levado del pan, ponía el bol con la masa en el interior del microondas cerrado (y apagado obviamente). Cada casa es un mundo.

Mientras precalentamos el horno a 200 grados. Ponemos dentro la piedra para hornear. Si no tenéis no os preocupéis, utilizad una bandeja. Ya os he contado antes que para crear la corteza y generar el vapor que se necesita para ello, yo introduzco en el horno una olla con agua caliente y un paño dentro que dejo durante toda la cocción. Hay otras personas que prefieren pulverizar el horno. O poner una bandeja caliente abajo mientras se calienta el horno y echarle de golpe agua antes de poner el pan a hornear. Hay mil maneras, lo importante es generar vapor.

Cuando las piezas hayan doblado de volumen los pintamos con huevo y hacemos cuatro cortes encima con unas tijeras o una lama para que crezcan correctamente durante la cocción.

Los hornemos unos 12 minutos y dejamos enfriar completamente.

¡Ya estoy pensando en el próximo pan!


Por cierto, es posible que en los próximos días veáis cosas raras en el blog. Voy a introducir algunos cambios en el diseño y quizá ocurren cosas por el camino.

Feliz fin de semana a todos y todas. Un beso y abriochado beso.

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